Bibliotecas 2.0

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

La mítica biblioteca de Alejandría representó un cosmopolitismo intelectual que no tuvo parangón durante muchos siglos. No solo reunía grandes cantidades de libros y fomentaba la creación de nuevos, sino que fue un lugar con una fuerte determinación por cultivar la investigación intelectual y filosófica de todo tipo. Hoy en día podríamos asemejar gran parte de su actividad a la de un moderno centro de investigación e innovación. Euclides desarrolló allí su geometría, Arquímedes descubrió el número pi, Galeno revolucionó la medicina, los ingenieros desarrollaron la hidráulica y la neumática y Eratóstenes postuló que la Tierra era redonda, calculando su circunferencia con un error de solo el 1%. Durante generaciones, centenares de eruditos se entregaron a desarrollar el conocimiento humano, creando complejas técnicas de análisis comparado, desarrollando minuciosos textos y guardándolos como lo hacen hoy en día las bibliotecas de todo el mundo. Posteriormente, entre las élites romanas tener una biblioteca en casa era signo de distinción y las villas de los que se consideraban cultivados poseían salas de lectura en silencio. Los rollos de papiro estaban provistos de sillybos, etiquetas en forma de tira para clasificar y ordenar,  apilados en estantes o cestas de cuero. En el siglo I a.C hay signos evidentes de cultura literaria entre la sociedad, gracias a las bibliotecas. El historiador Tácito cuenta anecdóticamente que, en unos juegos en el Coliseo de Roma, mantuvo una conversación literaria con un extraño que había leído todas sus obras. Se han recuperado escritos del arquitecto romano Vitrubio, que aconsejaba orientar las bibliotecas al este, para aprovechar la luz de la mañana y reducir la humedad que dañara los libros. Durante la edad media, la humanidad entró en un período de declive intelectual; fueron los monjes y sus bibliotecas en los monasterios los que lograron conservar libros que han llegado a nuestros días, pero al estar en los monasterios el acceso quedaba fuera del alcance del pueblo, y en el caso de los nobles más acaudalados eran muy pocos los que procuraban cultivar el intelecto. Con la invención de la imprenta y con la llegada del Renacimiento,  las bibliotecas vuelven abrirse a la sociedad, aunque al principio solo ligadas a centros académicos. En la era moderna, las bibliotecas fueron el espacio al que podían acudir los menos pudientes para poder leer libros. Comprar libros era un coste que no estaba al alcance de todos los bolsillos.

A las bibliotecas se les ha supuesto siempre una función principal, la de guardar y conservar libros. Pero se les presupone que esa función está al servicio de una causa más importante, la del fomento de la lectura. Sin embargo, las bibliotecas ya no tienen la misma influencia que la de Alejandría. Son meras salas de lectura silenciosa, pero ni siquiera de lectura de los libros que archivan entre sus muros. Son salas a las que acuden estudiantes de todo tipo para encontrar un espacio donde reina la calma, un ambiente que invita a la concentración. Siendo objetivo, se puede decir que entre sus muros estudian futuros científicos, ingenieros, abogados con porvenir o médicos brillantes, pero lo cierto es que los visitantes de estas instalaciones no prestan atención a la literatura de los estantes que rodean las mesas en las que se sientan. Entran, sacan sus apuntes académicos, estudian durante horas y se marchan.

Las bibliotecas modernas son una copia mala de la que fue faro intelectual en la antigüedad. Cierto es que la innovación e investigación hoy día no se puede asociar a estos espacios, de manera que las actuales solo se parecen a la referenciada en que son espacios que conservan y archivan libros, pero no fomentan la lectura y no son espacios para compartir conocimiento y alentar debates intelectuales. Curiosamente, el capitalismo moderno ha provocado que las librerías estén asumiendo parte de las funciones de las que se presupone a una biblioteca. Digo parte, porque una librería nunca tendrá como misión convertirse en un centro de innovación intelectual y escritura. El capitalismo con la dura competencia y la supervivencia del negocio, empuja a que los libreros hayan recogido parte del testigo intelectual de las bibliotecas. Conservan libros con un espíritu temporal – cuanto dure menos el ejemplar en el estante, mejor irá el negocio-pero la lucha por atraer clientes hace que traten de generar espacios alrededor del fomento de la lectura y el debate intelectual. Así las más activas procuran talleres, conferencias, encuentros con escritores e iniciativas destinadas a incrementar la lectura, alimentando interesadamente el impulso consumidor.

La lectura es un acto agradable y una vez que esto se asimila, es un hábito clave para desarrollar conocimiento. La irrupción del mundo digital y las redes sociales lanza la polémica idea de que estamos en un mundo post-lectura. Aunque se percibe un empobrecimiento del lenguaje usado en las redes, no debemos olvidar que para seguir navegando por el mundo con palabras con el fin de comunicarnos tenemos que comprender que es fundamental seguir leyendo. Las personas que no pueden entenderse entre sí no pueden intercambiar ideas. El fomento de la lectura no es misión exclusiva de las bibliotecas; es un trabajo que empieza en casa, se enfatiza en la escuela y viceversa.

De la importancia de leer, se podría escribir mucho. Viendo una conferencia en YouTube del escritor inglés Neil Gaiman –autor de Sandman–  sobre la defensa de la lectura, me resultó especialmente llamativo un dato que aportaba, absolutamente demoledor. La industria de las prisiones privadas estadounidenses suele planificar las celdas que tendrá que construir a 15 años vista. Mediante unos estudios internos descubrieron que, usando un sencillo algoritmo que han creado,  pueden predecir con mucha facilidad que el porcentaje de niños de 10 y 11 años que no saben leer ofrece una correspondencia con el número de celdas que obtienen en su planificación. Tengo claro que decir que una sociedad alfabetizada no tiene criminalidad no es cierto, pero el nivel cultural de una sociedad ofrece correlaciones muy reales al respecto y determina este índice.

En China se aprobó en 2007 la primera convención sobre literatura de ciencia ficción y fantasía. Los organizadores reconocieron que lo hacían porque el país padecía de falta de innovación e inventiva. Admitían que los chinos son brillantes en hacer cosas ya planeadas por otros – y a menor coste, pero eso es harina de otro costal- pero no son imaginativos. Una delegación que salió al mundo para hacer benchmarking y brainstorming sobre cómo corregir esta desventaja, comprobó que entre los empleados de grandes corporaciones americanas como Apple, Microsoft y Google era mayoría la que tenía el hábito de leer ficción desde niños. Desde entonces el número de bibliotecas se ha incrementado en el país y hay políticas destinadas al fomento de la lectura.

Con la irrupción de la conectividad digital las Bibliotecas pueden quedar condenadas a ser meros espacios para el estudio silencioso, algo que carece de sentido per se. No creo que esa deba ser su única función, además de la de conservar libros y textos. Deberían plantearse su evolución a una nueva versión 2.0, en la que recuperen activamente una misión clave: el fomento de la lectura. No sé el cómo, porque con la digitalización el acceso a cualquier texto está al alcance de un mero clic, pero si no quieren quedar en el olvido deben adaptarse. No olvidemos que el empobrecimiento de una sociedad se debe a la falta de cultura. La falta de cultura está muy vinculada al hábito lector, que es el que te conduce a querer conocer más , a imaginar, a desarrollar el intelecto y a no ser un ignorante. Cuantos más espacios traten de generar ecosistemas destinados a fomentar el conocimiento, tanto mejor, por lo que sería una pena que no lo hagan los que durante siglos han sido los lugares que guardan todo lo que escribimos.

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