Cómics: esto no va solo de superhéroes

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

La enumeración de las artes proviene de la época helinística, con la poesía considerada el arte más importante. Nunca se ha dudado de la mileniara manera de clasificarlas y en la era moderna simplemente hemos añadido nuevos elementos a la lista. Así, a las seis artes iniciales de arquitectura, escultura, pintura, música, literatura/poesía y danza se unieron el cine y la fotografía. El cómic es considerado el noveno arte, ya que mezcla dos de las anteriores: literatura y pintura.

Los eruditos del noveno arte otorgan a The Adventures of Obadiah Oldbuk el honor de ser el cómic más antiguo, en definitiva, de ser el primero de todos. Publicado en 1837 en Europa por el suizo Rudolph Xöpfer fue en realidad más un libro ilustrado que un cómic, pero aún así se considera a su autor como el creador de la historieta, novela gráfica o cómic. Funnies on Parade fue el primer cómic en EEUU y se publicó en 1933. Desde entonces este país ha sido el gran motor de la poderosa y popular industria de la historia gráfica. La edad de oro del género comenzó con el debut de Jerry Siegel y Joe Schuster y su personaje estrella, Superman, probablemente el personaje de cómic más reconocible de todos los tiempos. Desde ese momento las viñetas en periódicos y dominicales dieron el salto a los tebeos que han marcado a generaciones de niños y adolescentes. Las ventas de cómics aumentaron exponencialmente durante la Segunda Guerra Mundial para alimentar la necesidad de historias patrióticas e inspiradoras en las que los héroes luchaban contra el mal abanderando todo tipo de valores inspiradores.

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Tan popular es hoy día esta industria que los cómics clásicos -especialmente de esa época- son extremadamente valiosos. En 2014 se pagaron tres millones de dólares por una copia del número 1 de Action Comics, el debút de Superman.

Hoy día los superhéroes están en todos lados. Parece que en la cartelera de cine siempre hay una de héroes de acción, si no, se encargan de recordar que estamos rodeados de ellos la industria del videojuego, la ropa que visten niños o adolescentes y el merchandasing de accesorios. Hay que agradecer a tipos como Superman, Batman o el Capitán América que popularizaran el tebeo, aunque hoy día son los que -paradójicamente- dan una visión distorsionada al género del que surgieron.

Afortunadamente no todo el cómic gira en torno al mundo del héroe de acción, y ese es el secreto de su actual resurgir. Considerado durante décadas como un entretenimiento infantil, hoy día es un arte que ha alcanzado su madurez y que sirve como plataforma para contar todo tipo de historias. Los adultos que en su niñez devoraron tebeos se aproximan de nuevo al género al comprobar que la calidad de los guiones y el dibujo es altísima y que muchas de estas obras compiten -y superan en ocasiones- a las novelas consideradas best sellers. Resulta curioso que en una época dominada por lo inmediato, por la instántanea visual y el entorno digital, resurja este género y además  se resista a abandonar el papel, probablemente porque sigue siendo el medio en el que más se puede disfrutar la experiencia de leer un cómic. La combinación de viñetas y texto pueden captar en profundidad situaciones que en imágenes o en prosa por separado necesitarían explicaciones o aclaraciones adicionales. En mi opinión, sintetizar en viñetas es el método más creativo e imaginativo de expresar y contar una historia. Sin ánimo de parecer excesivamente solemne -y con todos los matices que se podrían añadir-, posiblemente el acoplamiento entre guionista y dibujante es la máxima expresión literaria. Quizás el erróneo intento de denominar al cómic «novela gráfica» para eludir la discusión sobre la «seriedad» de la propuesta, hace un flaco favor al género.

Como en el caso de las libros -la música, las películas o programas de televisión- hay cómics muy malos, pero igual que uno no considera que toda la literatura es mala porque ha leído cuatro novelas pésimas, el cómic no puede ser degradado porque uno piensa que solo aborda historias de tipos enfundados en mallas. ¿Puedes nombrar a alguien que no le guste la música? ¡Espero que no! Hay tantos tipos de música que es imposible que no se tenga predilección por un estilo u otro. Esto se puede extrapolar al cine y la televisión. Lo mismo ocurre con los libros y los cómics. Solo se necesita mirar más allá de los más populares/mediocres para encontrar el estilo o tipo de historias con las que disfrutar. Por lo tanto, que no gusten los cómics es igual de raro que decir que no gusta la música, el cine o la televisión.

Qué los aficionados al género todavía tengamos que afirmar que nos gustan los cómics es especialmente molesto. No necesito que nadie me diga que le gusta la música, simplemente lo doy por hecho, lo que pregunto a otra persona es qué tipo de música le gusta.

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La actitud hacía el cómic parte de una visión parcial y miope del género, percibido demasiadas veces como aburrido, predecible, infantil y/o mediocre porque en su día fue popularizado por héroes de acción de todo tipo y condición en los que el guión solo iba de buenos contra malos. Esta visión se cambia con un acto tan sencillo como leer cómics; es cuestión de encontrar con cuáles disfrutamos más.

Es preocupante conocer personas que no disfrutan leyendo. La principal barrera de entrada de la lectura es que leer un libro no produce placer a los cinco minutos. La lectura necesita del reposo y cierta concentración y no es hasta que transcurren unas páginas cuando comienza a resultar placentera, dependiendo -obviamente- del tipo del texto. Esta necesidad de atención y tiempo en una época en la que televisión y redes sociales nos empujan a lo inmediato coartan nuestra atención sostenida. Quizás por eso el cómic sigue siendo -especialmente en la infancia y adolescencia- el mejor medio con el que adquirir el hábito de la lectura porque su propia estructura de dibujo + texto capta con mayor celeridad nuestra atención. Los cómics son como vidrieras de una catedral que relatan una historia en pocos ventanales. Las palabras te permiten moverte en el tiempo, nombrar cosas. El dibujo las contextualiza, reduciendo considerablemente la tarea descriptiva. Una novela de J.R Tolkien puede llegar a desesperar en las exhaustivas descripciones que el autor hace de la textura de la última brizna de hierba que pisa el pie de Frodo, el protagonista, extremidad que bien puede merecer para el autor otros dos párrafos descriptivos. Hoy día es fácil encontrar excelentes obras gráficas donde apenas existen diálogos y el dibujo es capaz de transmitir las emociones de los personajes de una manera contundente sin necesitar una sola línea de texto. Me vienen muchos títulos a la cabeza, pero casi cualquier cómic con historias costumbristas de autores como el español Paco Roca o el Canadiense Jeff Lemiere me valdrían para demostrarlo. Un cómic -novela gráfica- como la celebrada y premiada Un oceáno de amor es un derroche de emociones siendo una novela muda: ni una sola línea de diálogo y sin embargo una historia conmovedora que vendió decenas de miles de ejemplares. Y los héroes en esta ocasión son un viejo pescador y su mujer que harán todo lo posible por reencontrarse después de que el anciano quede a la deriva un día en alta mar. El género ha conseguido que proliferen las asociaciones temporales de artistas y guionistas -escritores- para crear toda una corriente de historias visuales con una calidad nunca vista antes.

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Maus supuso quizás un antes y un después en la vision del cómic como un género para adultos. Es -hasta la fecha- la única novela gráfica galardonada con el premio Pulitzer. Su autor, Spiegelman, narra las experiencias de su propio padre en un campo de concentración nazi. Usa animales para representar los grupos étnicos de esta historia real. El dibujo dista mucho de ser preciosista y se asemeja más a la viñeta tradicional de un periódico, pero consigue transmitir toda la carga emocional de un asunto tan espinoso y doloroso desde una visión totalmente nueva. Maus es considerada una pieza de arte en sí misma, a la vez ficción y no ficción, visualmente infantil pero temáticamente oscura. Es imposible salir indemne de una lectura así.  Jeff Lemiere -uno de mis autores favoritos- tiene algunos cómics considerados entre los mejores libros de Canadá de la primera década del presente siglo, y sus cómics empiezan a inspirar guiones para películas -el actor Ryan Gostlyn ha comprado los derechos de su genial «El soldador submarino»-. Sus obras abruman con su costumbrismo cargado de historias delicadas,profundas, emotivas y que recuerdan a situaciones con las que la mayoría de las personas lidian alguna vez en su vida.

Cuando uno es niño no puede más que soñar la vida que le espera. Por eso es fácil ser megalómano a esa edad y por eso se adopta con facilidad a cualquier super héroe de acción poderoso y benevolente. Curiosamente, casi todos los héroes de acción desde Superman a Batman van precedidos de tragedias personales que han construido su personalidad. A esa edad no gusta el jazz o la literatura ensayística muy sesuda. Lo lógico es que lo que guste sea un cómic de Superman. Por la misma razón que los gustos musicales y las inquietudes intelectuales te llevan por otros caminos en la edad adulta,  el cómic ofrece estilos que te harán disfrutar si le das una oportunidad.

Los héroes solo son grandes porque nosotros somos pequeños. Los adoramos hasta que dejan de motivarnos, entonces los sacrificamos. Eso quizás es lo que los tradicionales héroes de acción han supuesto para el género. Lo popularizaron y ahora lo distorsionan. No es necesario que cuando matas los héroes de tu infancia, mates a todo un género. Descubrir las posibilidades que ofrece el cómic es un cúmulo de emociones y de placer que te estás perdiendo si no te dispones a vencer el prejucio de que solo vas a encontrar a tipos vestidos con mallas. E incluso en ese caso, igual te llevas una sorpresa y te enganchas.

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