Fronteras off line

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

El verano de 2018  ha vuelto a mostrar playas abarrotadas de turistas. La evidente recuperación económica después de varios años de vacas flacas -algunos dirán que siete, de 2008 a 2015, como la profecía biblíca al Faraón egipcio- no solo se ha mostrado en las noticias estivales, también en los millones de fotografías que la gente comparte en Instagram, Facebook  y resto de redes sociales. La crisis de 2008 comenzó como una crisis económica que mutó-por sus efectos- en una crisis social que originó situaciones sociales complicadas y revueltas a gran escala. En muchos países los partidos más radicales -tanto de derecha como de izquierda- están llegando al poder porque la gente no está dispuesta a seguir soportando el precio de la austeridad. Los movimientos migratorios incontrolados y la resistencia a estos son unos de los efectos más palpables de que la globalización y la realidad económica provocan desigualdades extremas en todo el planeta. La gente que votó a Trump (que en un reciente discurso en la ONU defendió la vuelta al nacionalismo patriótico frente a la globalización)y el Brexit son ejemplos de la rabia que parte considerable de la población siente sobre la inmigración, el terrorismo y el supuesto efecto aglutinador de la globalización, lanzando el mensaje de que “el café para todos” no va con ellos. Por eso, el verano de 2008 también ha mostrado imágenes de los que viven en permanente crisis, en forma de barcos de rescate salvando vidas en alta mar pero que no consiguen desembarcar a náufragos rescatados por falta de autorización en puertos italianos, griegos o españoles.

La tecnología de la información ha supuesto un cambio tan enorme que posee el potencial de reconfigurar concepciones de trabajo, producción y valor con la que estábamos familiarizados hasta hace nada. En la nube todos caben, permitiendo la conectividad y la formación de grupos de todo tipo. Se comparten experiencias, gustos y opiniones de una diversidad asombrosa. Nuevas formas de propiedad, de préstamo e incluso de moneda -bitcoin por citar la más conocida- han ido surgiendo bajo la denominación de “economía colaborativa o compartida”, como claro exponente de que existen alternativas al capitalismo regido por los órganos bancarios y regulado por los gobiernos. Las redes de comunicación fragmentan estas nuevas formas de capitalismo mediante producción colaborativa hasta límites muy pequeños, sin necesidad de “comisarios” políticos que lo vigilen, estructuren y traten de sacar partido mediante fiscalidad o impuestos. La red no se puede silenciar ni dispersar. Unos miles de opiniones contrarias a un producto pueden hundir una empresa y la popularidad política se mide ahora también en la red. En países como la India, una violación colectiva no se tolera ya por la generación millennial formada en el uso de la red, y en países donde los regímenes políticos son duros, la red es la semilla del cambio. En la nube, en el mundo on line, no hay fronteras. 

Pero hay algo que la red no ha conseguido y que difícilmente lograremos algún día: eliminar las fronteras físicas que los países defienden al milímetro. Así por ejemplo, un chaval de un país africano en el que la población subsista con menos de cinco dólares al día, es probable que tenga un móvil y cierta conectividad a internet. La ausencia de fronteras en el mundo on line le permite estar comunicado con el exterior y darse cuenta que en muchos sitios se vive mejor que en su pueblo o ciudad. Millones de personas tienen a un golpe de clic la información que les muestra que la vida puede ser como la que ellos sueñan. Pero para su desgracia, las fronteras off line permanecen porque las sociedades blindan su territorio, con más celo cuanto más elevado es el nivel de vida que disfrutan. Incluso en los paises más ricos, surgen movimientos separatistas amparados en identidades territoriales, culturales y de lengua, cuando en el fondo de la cuestión todo se reduce a que gozan de un nivel económico superior que no quieren compartir. Por encima de identidades culturales y religiosas, es el dinero y el confort a lo que más cuesta renunciar en una sociedad, y ese es el debate que no se afronta de manera conjunta en las naciones cuando los flujos migratorios de las zonas más deprimidas del planeta se intensifican hacia los lugares donde el nivel de vida es más próspero.  Para cualquier persona decente, no es de recibo tolerar que sus gobernantes dejen morir a emigrantes tratando de alcanzar una vida mejor, hacinados en barcos frente a las costas de Europa sin auxiliarlos. Pero también sabe que si quiere seguir gozando de prosperidad, las fronteras solo se pueden derribar de momento en la nube, en el mundo on line. A los que se sitúan en el lado menos favorable de la balanza de la desigualdad, solo les queda el flaco consuelo de que hay una realidad virtual que no tiene fronteras.
Decía el economista Charles Kindleberger que “para los historiadores cada suceso es único. Desde la economía, sin embargo, se sostiene que hay fuerzas en la sociedad y en la naturaleza que siguen patrones repetitivos”. Una cita que a día de hoy puede presentar dos caras. Una de ellas tiene fecha de caducidad, pues está siendo tan disruptora la evolución tecnológia del ser humano que difícilmente se vuelvan a repetir patrones económicos tal y como los tenemos concebidos a día de hoy. Por otro lado, el ser humano sigue compitiendo por el poder y los recursos, y cada cierto tiempo hay patrones repetitivos que sí se siguen. No debemos olvidar que suelen tener como finalidad reordenar o redifinir fronteras mediante la violencia.

Leave a Comment