La felicidad no está en el mindfullnes o las redes sociales

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

No hay duda de que todo el mundo quiere felicidad. Los políticos dicen trabajar por el bienestar y felicidad de sus gobernados y las empresas comienzan a centralizar sus valores en torno a la felicidad de los trabajadores porque la productividad mejora. La felicidad es excelente para los negocios. Un trabajador alegre produce más. Una persona feliz consume más. La nueva ciencia de los sentimientos humanos -lo que Willian Davies denomina en su libro La industria de la felicidad como «la vigilancia, gestión y gobierno de nuestros sentimientos»- es una de las formas de manipulación de más rápido crecimiento. El capitalismo ha incorporado su propia instrumentalización de las emociones con el propósito de maximizar beneficios.

Una de las tendencias más en boga para tratar de asegurar nuestra felicidad personal es el Mindfullness, una serie de técnicas y comportamientos que uno debe adquirir en su vida cotidiana para mantener la atención plena; se trata de centrarse en el presente para aislarse del ruido proveniente de  experiencias pasadas o del estrés de planificar el mañana, en definitiva, de eliminar tareas que ocupen la mente y entorpezcan el bienestar personal. Así, a bote pronto, suena a un peldaño más en la escalera de superación personal, esa en la que los más decididos a evolucionar continuamente tratan de ascender emulando hábitos de personalidades influyentes, copiando la vestimenta de los influencers de Instagram, tratando de aumentar sus cifras de seguidores en Facebook y Twitter o intentando conseguir una casa digna de Pinterest. Resulta sorprendente que de repente el consenso filosófico de nuestros días es que la clave de la felicidad radica en vivir plenamente el presente. La idea de monitorizar nuestros pensamientos para mantenerlos lejos del pasado, del futuro o simplemente deambulando por los rincones de nuestra imaginación, suena a invención de ejecutivos y gurús espirítuales cuya realidad no se rige por la de la mayoría. Quizás vivir el presente – a lo mindfullnes- sea gratificante para aquellas vidas que contienen momentos más privilegiados que duros,  más pensados en el café con las amigas y la clase de yoga que en los que doblan la espalda de sol a sol por un sueldo pírrico, aunque entiendo por lo que me cuentan los que tratan de aplicarlo, que nada más lejos de la realidad, que precisamente está enfocada para la gente que peor lo lleva en su día a día. No sé si realmente será una técnica efectiva, pero lo habitual es que nuestras vidas son a menudo más gratificantes viviendo fuera del presente que en él; lo normal es que miremos con optimismo ciego al futuro que una realidad que consiga justificarlo. Entiendo la finalidad de la técnica, de mantenerse centrado en la consciencia del presente sean cual sean las circunstancias que lo rigen para a partir de ahí poder encontrar la manera de ser feliz.  Parte de esto radica en que nos hemos empeñado que la felicidad verdadera solo se construye en nuestro interior, en un ejercicio de funambulismo esquivo a la propia razón. ¿Por qué negar cualquier espacio temporal o experiencias diferentes al del minuto vital por el que discurrimos?
Mindfulness
Un artículo reciente de Ruth Wippman –autora de libros como Ansiedad de América o La búsqueda de la felicidad-  en la revista New Yorker, nos recuerda que vivimos instalados en una cultura individualista impulsada por la autoactualización, basada en la idea de que la felicidad debe ser diseñada desde adentro hacia afuera, en lugar de desde fuera hacia adentro, lo que para ella es una perogrullada por defecto, que lo es. Wippman lamenta que hoy día la felicidad está enmarcada en un viaje de autodescubrimiento más que en el subproducto natural de comprometerse con el mundo. Una felicidad que acentúa la independencia emocional en lugar de la interdependencia, basada en la idea de que la satisfacción significativa solo se puede encontrar mediante una exploración completa del yo, una inmersión profunda en nuestras almas más recónditas y las complejidades y trampas de nuestras propias personalidades. Paso 1: Encuéntrate. Paso 2: Sé tú mismo.

Esta manera de buscar la felicidad componiendo una burbuja que te proteja de todo lo negativo, provoca un aislacionismo del que las redes sociales son una prueba diaria. Las redes sociales conectan a gente como nunca antes, pero rara vez consiguen una interrelación mínima consistente o de calidad. Los adolescentes y jóvenes de la generación del milenio pasan menos tiempo «pasando el rato» con sus amigos que cualquier generación en la historia reciente, reemplazando la interacción del mundo real con los teléfonos inteligentes.

Durante la vida coleccionar buenas personas a tu alrededor es clave para el desarrollo. Uso a drede el verbo «coleccionar» porque en eso parece que se ha convertido algo tan básico y relevante como cultivar relaciones y amistades. Hoy día todo se reduce a listas de «amigos»: cuantos más followers o «amigos» mejor. Pero algo falla cuando solo sabes el apodo por el que te diriges a tu amig@ o el color de sus ojos. La frivolización y cosificación de las relaciones resulta muy preocupante. No es estraño que de algún modo exista una correlación entre esa nueva manera «vacía» de confeccionar amistades y la multitud de patologías con cuadros de depresión, ansiedad, estrés o derivadas de la sensación de soledad que se multiplican en nuestra sociedad, y que, por ejemplo, han disparado la cantidad de literatura de libros de autoayuda. El Homo Sapiens evolucionó hasta lo que hoy somos y construyó sociedades en el momento que fue capaz de compartir mitos. La capacidad de imaginar es lo que hizo que los grupos de unos pocos miembros pudieran crecer hasta convertirse en pueblos y sociedades enteras. Como los simios -nuestro pariente más cercano- hoy día siguen mostrando, es imposible mantener relaciones de calidad-y de control- con grupos de más de 100 o 200 miembros si no fuera porque somos capaces de compartir mitos. Esto y no otra cosa es lo que explica que alguien tenga miles de seguidores en una red social. En el magnífico libro de Yuval Harari  Sapiens hay un recordatorio más que interesante al respecto » un sociólogo arcaico que hubiera vivido hace 20.000 años bien pudiera haber llegado a la conclusión de que la mitología tenía muy pocas posibilidades de salir airosa. Los relatos sobre espíritus ancestrales y tótems tribales eran lo bastante fuertes para permitir que 500 personas intercambiaran conchas marinas, celebraran un festival ocasional y unieran fuerzas para exterminar a un grupo de neandertales, peo nada más. La mitología no podría haber capacitado a millones de extraños par cooperar cada día. Pero esto resultó erróneo. Aconteció que los mitos son más fuertes de lo que uno podía haber imaginado. Ls gente inventó relatos acerca de dioses, patrias y sociedades anónimas para proporcionar los vínculos sociales necesarios.» Es esta capacidad de compartir mitos -entiéndase creencia religiosa, aficiones e intereses- lo que sienta las bases de nuestra manera de interrelacionarnos, lo que con la aparición de las redes sociales ha supuesto el siguiente escalón en la manera de gestionar y controlar a las masas de una manera aún más contundente.
Sin embargo, el hecho probado de que unos de los factores más relevantes en proporcionar felicidad a las personas tiene que ver con las relaciones afectivas con otras, queda pervertido con la manera de gestionar las relaciones a través de las redes sociales, mostrando paradojas como que muchos influencers digan sentirse solos o vivan cuadros de estrés o depresión. Las buenas relaciones sociales son el predictor más fuerte y consistente de una vida feliz, siendo una «condición necesaria para la felicidad», lo que significa que los humanos en realidad no pueden ser felices sin ellas, y es algo totalmente independiente de la raza, la edad, el género, los ingresos o la clase social. Pero claro, esas relaciones sociales carecen de valor cualitativo sin son vacías, frívolas e inconsistentes. Chatear con decenas o miles de «amigos» virtuales puede que te hagan pasar el tiempo, pero difícilmente aportarán valor a tu felicidad verdadera.

Por tanto, si realmente se quiere emprender el camino a la felicidad, deberíamos aspirar a pasar menos tiempo a solas. No radica en buscar técnicas para «encontrarnos a nosotros mismos» o «bucear en nuestro interior» -que puede que te ayuden a conocerte mejor o a gestionar más óptimamente el estrés- pero invertir tiempo y esfuerzo en nutrir relaciones de calidad -no en followers– es probablemente el mejor camino. Antes de bajarse en el teléfono una aplicación de «la felicidad» o dedicarse a indagar dentro de uno mismo, sopesa ir al bar con los amigos, que los teléfonos se queden en el bolsillo y dedicaros a charlar, a compartir inquietudes, preocupaciones y alegrías y sobre todo, estrecha lazos y afianza tus relaciones, se entiende que las buenas, que las tóxicas ya las dejaste atrás. Si además te da por practicar mindfullnes, pues vale.

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