Habilidades

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

Nos estamos acostumbrando a la idea de que en futuro cercano la competencia por los puestos de trabajo no será solo entre personas sino también con robots inteligentes. Nos resistimos a creerlo porque sigue sonando a ciencia ficción, por más que sepamos que muchos oficios con un nivel de cualificación medio estén desapareciendo; piensa en cualquier industria con procesos de fabricación, envasado o almacenaje y las personas ya no son necesarias. Cuando uno lee o escucha noticias sobre ese escenario se aferra a cualquier dato que matice el nuevo ecosistema: nos gusta escuchar que estos cambios traerán también nuevas oportunidades, que igual que habrá oficios que desaparezcan surgirán otras profesiones para cubrir las nuevas necesidades. Necesitamos creer que las habilidades humanas seguirán siendo más valiosas que las de cualquier máquina, que en los puestos fundamentales de cualquier organigrama seguiremos siendo más preciados, en definitiva que mantendremos el control.

En el corto plazo es obvio que por más que la automatización y la digitalización nos ayuden a producir más eficaz y eficientemente, seguiremos necesitando gente que diseñe y administre el mundo físico. Aunque el software automatizará un montón de matemáticas y datos,  son las personas las que tendrán que darle un sentido en el contexto que nos rodea. Para sobresalir en las nuevas tareas tenemos que eliminar el filtro digital para hacer prevalecer la experiencia y el modo de conectar con el entorno como ser humano. Tendremos que volver a potenciar las habilidades que nos diferencien de las máquinas,  las que están relacionadas con la capacidad de pensamiento crítico y la creatividad, porque el conocimiento explícito y el manejo masivo de datos será gestionado mejor por ellas.

En la antigua Esparta se sometía a los chicos de doces años a un entrenamiento muy particular, que tenía como finalidad agudizar el ingenio y enseñarles una serie de destrezas necesarias para sobrevivir y tener éxito en un entorno militarizado y cruel. Se les abandonaba en alguna de las colinas de la ciudad estado sin comida y pasaban días subsistiendo como podían. Luego se les retornaba a la ciudad y se les instaba a robar para sobrevivir. Debían ser listos y astutos, porque no se premiaba que lo consiguieran sino todo lo contrario, se les castigaba duramente si eran capturados haciéndolo. No por robar, sino por fracasar. Los espartanos consideraban que si un muchacho adquiría las destrezas y habilidades para sobrevivir y, como en el caso del ladrón no ser capturados, enriquecían transversalmente las posteriores competencias que adquirían durante su adiestramiento militar y la famosa disciplina espartana. Los menos talentosos eran rechazados. Veinte siglos después volvemos a necesitar subir a la colina para adquirir  habilidades que enriquezcan la formación. No basta con el entrenamiento militar espartano -el equivalente a una formación académico o el aprendizaje de un oficio- porque esa formación base per se no te servirá para competir con los demás y con las máquinas.

Es complicado pregonar la conveniencia de «adquirir habilidades» por lo difícil que resulta concretarlas. Hasta hace relativamente poco una determinada formación académica o el aprendizaje de un oficio bastaban para acceder al mercado laboral. Lógicamente a mayor talento y esfuerzo se conseguía mejor posicionamiento, eso es algo que no variará. Ahora se habla mucho de que debe primar la formación STEM -acrónimo inglés para ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, que fundamenta el aprendizaje en torno a esas cuatro áreas-, porque el medio en el que nos desenvolvemos está repleto de tecnología. Esto sin embargo parece contravenir la idea de que las habilidades que discriminarán positivamente serán las relacionadas con el pensamiento creativo, con el humanismo en definitiva. Quizás en vez de analizar qué trabajos estarán más amenazados por la inteligencia artificial (IA) la perspectiva correcta sería ver qué carreras profesionales requieren capacidades humanas que los robots no podrán vencer en mucho tiempo.

Hoy en día los estudiantes siguen acercándose a la educación de dos maneras: optando a lo que les gusta -muchas veces sin reflexionar sobre si realmente tienen aptitudes para ello o perspectiva de desarrollo profesional- o pensando en puestos de trabajo a los que podrán optar cuando obtengan el título -sin tampoco reflexionar si tienen aptitudes para ello-. El primer consejo sería que la elección de un campo de estudio es menos importante que encontrar formas de expandir el pensamiento que revelen el talento. De hecho la disociación entre lo que se enseña y lo que realmente las empresas necesitan está siendo evidente. La consultora de recursos humanos Manpower Group realiza desde hace unos años estudios sobre talento empresarial, buscando conocer si la escasez de talento es una de las trabas principales de las empresas. Los de 2015 y 2016  -entrevistando cada año a más de 40.000 directivos de 42 países-  encontró que un porcentaje muy considerable (casi un 40%) de ejecutivos confirmaba dificultades para encontrar el talento que precisaban sus compañías. En América era del 42%, en Asia del 48% y en Europa mejoraba hasta un 32%. Un año antes, en 2014, apenas era un 27%. Esto arroja una lectura curiosa: a mayor avance de la tecnología -y automatización de los procesos- peor capacidad humana para desarrollar los trabajos conforme a las nuevas necesidades.

Incluso la irrupción de los millenials, teóricamente más preparados tecnológicamente y cuya visión de la vida y del trabajo no tiene nada que ver con el de generaciones anteriores, no les exime de momento de los requisitos generales y mínimos de muchas empresas. Las compañías valoran actualmente una serie de cualidades por encima de la formación básica para cualquier puesto que no sea de nivel medio (y susceptible de ser suplido por una máquina antes que después). Priman las habilidades asociadas a la capacidad para resolver problemas, tomar decisiones, generar empatía, entusiasmo, disciplina, esfuerzo, constancia y proactividad. Tener dotes de comunicaciones, tanto verbal como no verbal, capacidad estratégica y analítica son ahora más relevantes que nunca. Siendo repetitivo: pensamiento crítico, habilidad social y creatividad. La creatividad fruto del pensamiento divergente para aportar flexibilidad y originalidad que generen asociaciones inusuales en la búsqueda de soluciones, frente al convergente que sólo se fija en una única solución a un problema. Habilidad emocional porque la globalización exige que hay que saber interactuar con una amplia variedad de personas. La empatía y la habilidad social tienen que ver con la capacidad para manejar las relaciones con los demás, y no es sólo una cuestión de amabilidad. La habilidad social consiste en movilizar a la gente en la dirección que deseas. El diálogo intercultural puede dar lugar a confusiones y malentendidos. Una persona con habilidad emocional sabe interpretar el mensaje subyacente del interlocutor y manejarlo de acuerdo a la componente étnica o cultural del que lo pronuncia. Sentarse en una mesa con japoneses es muy diferente que hacerlo con americanos, españoles, alemanes o marroquíes. Por otro lado, es muy probable que también tengas que trabajar en equipo con gente de etnias o culturas diferentes. La Escuela de Dirección de Yale ya añade un test de inteligencia emocional a su proceso de admisión.

Todas esas habilidades se entrenan, por lo que en mayor o menor medida están al alcance de cualquiera. Sí hay que saber diferenciarlas del talento o el carisma. Talento y carisma suelen venir de serie, se tienen o no se tienen, pero también hay que trabajarlos para no desperdiciarlos. Como aficionado al baloncesto, y en relación al talento, siempre recuerdo el ejemplo de Michael Jordan, considerado el mejor jugador de todos los tiempos. A Jordan lo expulsaron del equipo del colegio porque su falta de compromiso en los entrenamientos y una mejorable actitud hizo que su entrenador se decantara por otro compañero, a ojos de Jordan peor jugador que él. Su talento innato para jugar a baloncesto no le sirvió de nada porque no lo trabajaba y no lo rentabilizaba. Afortunadamente cambió su mentalidad. Verse fuera, sabiéndose con cualidades suficientes, activó un resorte interno de automotivación que le impulsó a iniciar un proceso de aprendizaje con determinación. Su llanto de decepción fue sustituido por madrugones diarios para entrenar antes de ir al colegio. El arduo proceso de sacrifico y esfuerzo culminó años después en una de las carreras deportivas más brillantes de todos los tiempos. El sacrificio, bien orientado, suele acabar en recompensa.

Esto nos recuerda que desarrollar habilidades es un proceso que empieza con un cierto nivel de ignorancia e incompetencia. A veces observamos con admiración a personas con determinadas habilidades y las miramos como si hubieran nacido con ellas de serie. El talento natural ayuda mucho pero incluso en esas personas hay un aprendizaje previo. El escritor Truman Capote ya escribió que «cuando Dios te da un don, te da también un látigo«. Hay que tener la dosis suficiente de paciencia y constancia, hay que saber ser incompetente para aprender. Antes de declararnos oficialmente inútiles en algo hay que sopesarlo, por la misma razón que no hay que malgastar tiempo y energía empecinados en mejorar o adquirir una habilidad que claramente no está hecha para nosotros.

Para terminar un recordatorio para los que no son tan jóvenes pero aún tienen muchos años por delante en el mercado laboral. En relación a este asunto de las habilidades y competencias, el fundador de EOS, Jans J. Langer dio una charla en la reunión anual  de alumnos de 2015 de la prestigiosa escuela de negocios IESE -ese año celebrada en Múnich- y particularmente me quedo con dos:

  1. ‹‹Cuando empezamos a vender en China nos copiaban, pero no entendían lo que hacíamos, se limitaban a hacer lo mismo más barato y de peor calidad, por eso lo que tenemos que vender son soluciones al cliente››
  2. ‹‹Tenemos veinte empresas en red, gente con ideas, pero no permito que un ingeniero haga algo por lo que no se pague, hay que diseñar algo que el cliente necesite (…) solo puedes triunfar si eres el mejor, y para ser el campeón hay que esforzarse y gestionar las oportunidades. Esto no tiene que ver con ser jóvenes››

Mi traducción: 1. En el valor añadido sigue estando la clave del éxito y 2) ser buen profesional e innovador no es coto exclusivo de los millennials.

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