Desenfocados

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

Cuando piensas en el trabajo, ¿te gusta lo que haces? Probablemente añadas algún «pero» en la respuesta para justificar el estado emocional con respecto al desempeño profesional. En relación a nuestra felicidad en el trabajo hoy día se nos diferencia entre estresados o aburridos, no parece que hubiera término medio. Es difícil encontrar perfiles que confiesen que cuando trabajan experimentan lapsos temporales absortos en lo que hacen porque les encanta, convirtiendo al que disfruta apasionadamente con su trabajo en un rara avis. Ese sentimiento placentero parece más destinado a experimentarse cuando practicamos un hobby pero no trabajando. Para Daniel Goleman -el autor de Inteligencia Emocional y de Focus– ese sentimiento es el estado de flujoKen Robinson lo denomina El Elemento-, y que no es más que el estado en el que logramos sintonizar lo que hacemos con lo que nos gusta. No todo el mundo tiene la inmensa fortuna de disfrutar de su trabajo, más bien lo tolera y en el mejor de los casos lo hace con cierto gusto. Pareciera que son las personas con éxito las únicas que han sabido dar con esa combinación. Cuando los padres, los profesores en la escuela, nuestra pareja o los jefes nos dicen cómo debemos ser, dan su versión de nuestro yo ideal, que termina configurando un yo debería. ¿Cuántas veces las personas de una organización persiguen un ascenso simplemente por el estatus, por un salario mayor o porque «deberían», sin pararse a pensar si realmente es lo que quieren? ¿Cuántas estudian en la Universidad  lo que les agrada a ellos y no a sus padres?

Si a un niño de cinco años le preguntan ¿qué quieres ser de mayor? uno no se toma en serio lo que responda. Es una pregunta absolutamente inocua que provoca respuestas que resultan divertidas a los adultos: astronauta, jugador de fútbol, bombero, bailarina, pirata, superhéroe de acción. La misma pregunta a medida que vamos creciendo nos puede quitar el sueño. En la adolescencia cuando la cuenta atrás hacia la edad adulta – y el momento de valerse por sí mismo- se acelera, la pregunta ya cobra bastante relevancia. De niño la pregunta incita a soñar, de adulto obliga a elegir y normalmente no se tiene una veintena de elecciones posibles. Una decisión como la de acudir a la Universidad se pospone todo lo posible o simplemente no se sopesa con rigor por la volatilidad de criterio propio de la etapa adolescente. Incluso si la decisión es recibir formación universitaria, muchos no tienen claro si deben decantarse por estudios que les motivan, por los que auguran buena salida profesional aunque no estén alienados con sus preferiencias o por los que quiere el entorno familiar. Es la distorsión del yo quería al yo debería. Esta distorsión aparece en muchas etapas de la vida y lo podemos resumir usando el famoso libro de Lewis Carrol Alicia en el país de las maravillas. Hay un momento en el que Alicia mantiene este diálogo con el gato:

-¿Podrías decirme qué camino debo seguir para salir de aquí?-pregunta Alicia

-Eso depende en gran medida del sitio al que quieras llegar-contesta el gato

-No me importa mucho el sitio, sólo salir

-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes-concluye el gato

A medida que el calendario suma años de experiencia profesional es común percibir  profesionales que muestren una actitud pasiva o conformista con respecto a sus aspiraciones de futuro. Dejan poco margen para atisbar un mínimo de ambición profesional y personal. Se han desenfocado porque se instalan en la autocomplacencia relativamente pronto, con un abandono del yo quería por el yo debería muy prematuro y casi irreversible. Solo cuando se sufre una salida drástica del mercado de trabajo o un severo cambio en las circunstancias personales se despierta el impuso de volver a motivarse, más como un mecanismo de autodefensa que por un deseo de volver al camino de viejas aspiraciones o una estrategia vital.

Con el paso del tiempo se suele perder el contacto con nuestro yo ideal. No es fácil mantenerse enfocado en una estrategia vital y profesional ideada a los veinte o los treinta cuando se está en los cuarenta o los cincuenta. Hipotecas, hijos, mercado laboral, enfermedades, cambio de pareja o un cambio de lugar de residencia marcan irremediablemente el paso de cualquier camino o estrategía trazado previamente. Que la realidad es la que te pone en tu sitio se resume en esta cita del boxeador Mike Tyson «todo el mundo tiene un plan hasta que le parten la cara«.

Para no desenfocarse la autocomplacencia es una peligrosa acompañante. Nos encaminamos a un futuro en el que habrá que reinventarse profesionalmente varias veces. La idea de estudiar y formarse hasta los 21 años y hacer lo mismo hasta los 80 ya empieza a visualizarse como poco realista debido al ritmo de cambio de la tecnología y el ciclo necesidades del mercado vs demanda de profesionales que las satisfagan. Es fundamental tratar de permanecer enfocado, no tanto desde el punto de vista de estrategia personal-por la sencilla razón que puede ser equivocada o imposible de cumplir por mucho tesón que apliquemos en seguirla- sino desde el punto de vista de la motivación como clave para seguir adaptándose a la tasa de cambio actual. Quizás no puedas alcanzar la sintonía entre el yo quería y el yo debería, pero buscar la mayor aproximación posible te mantendrá actualizado y con posibilidades de conseguirlo. Un proverbio holandés reza que «cuando soplan los vientos de tempestad unos corren a refugiarse… y otros construyen molinos».

Permanecer enfocado tiene que ver mucho con la autogestión y la atención ejecutiva. Es necesario revisar periódicamente cómo nos encontramos de actualizados con respecto a nuestro entorno laboral y nuestros objetivos, en resumen cuál es nuestro nivel de autocomplacencia del uno al diez. Para alinear una estrategia del yo quería frente al yo debería hay que tomar decisiones que contribuyan a discernir qué hay que ignorar y a qué hay que prestar atención, para lo cuál es fundamental primero determinar cómo se está de desenfocado. Mantener una actitud de aprendizaje contínuo y arrinconar el conformismo resultan fundamentales. Autorregulación, voluntad y persistencia son los otros ingredientes para permanecer enfocados. Al igual que las empresas revisan contínuamente si su cuota de mercado oscila, si tienen nuevos competidores, cómo pueden evitar quedar desfasadas en sus productos y servicios o cómo les afectan las nuevas tecnologías,  someterse a chequeos similares en el plano personal puede determinar que sigas enganchado a la rueda del progreso o te quedes rezagado, lastrado por la autocomplacencia.

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