Davos, Trump y el capitalismo de la tierra redonda

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

Donald Trump ya es presidente de EEUU. En su discurso de investidura volvió a dejar claro el carácter proteccionista que pretende imponer a sus políticas. Soltó perlas como «a partir de ahora las decisiones sobre impuestos, inmigración, comercio o relaciones exteriores se harán para beneficiar a las familias estadounidenses. Tenemos que proteger nuestras fronteras de quienes quieren robar nuestras fábricas y destruir nuestros puestos de trabajo«, o también «recuperaremos nuestros trabajos, nuestras fronteras, devolveremos nuestra riqueza (…) construiremos nuevos caminos, carreteras, puentes (..) seguiremos dos simples reglas: compra americano y contrata americano«. Un discurso populista al que no se le daría más importancia si procediera de otros lugares del mundo, pero que resulta inquietante para el país que presenta un PIB de 18  billones de euros y es con diferencia el mayor agente dinamizador de la tierra. China, en su camino por tratar de arrebatarle el primer puesto a los americanos, aún está lejos con algo menos de 12 billones de euros. Trump amenazó durante su campaña electoral a prácticamente toda la industria automovilística en relación a las deslocalizaciones de producción. Ford paralizó una inversión en México de 1.500 millones de euros e invertirá finalmente 600 millones de euros en una planta ya existente en Michigan, aunque la compañía negó que fuera por temor a las amenazas (cosa que nadie se cree). Otros fabricantes como BMW -con plantas en México- y Toyota están camino de plegarse a la idea de invertir en países fronterizos con EEUU, donde sus costos de producción son menores. Trump ha admitido en los últimos días que incluso ya ha tenido reuniones con compañías de otros sectores económicos, como por ejemplo con Tim Cook, CEO de Apple. Trata de convencerlo de traer la producción de sus dispositivos -la mayor parte está en Asia- a EEUU.

Días antes de la investidura de Trump, el presidente de China, Xi Jinping,  se presentó por primera vez en el Foro Económico Mundial de Davos y lanzó un discurso que hubiera sido más propio de un presidente de EEUU, en el que globalización y libre comercio fueron dos de las expresiones más usadas por el líder chino. Xi Jinping achacó a la globalización el aumento de la brecha entre ricos y pobres, pero la exculpó como causante de la dura crisis financiera del período 2008-2016, siendo la falta de regulación y control la principal culpable a su juicio. La globalización es para China absolutamente necesaria. Dejó claro que China quiere promover acuerdos de libre comercio, que no comenzarán una guerra de divisas (el dólar está demasiado fuerte según los propios americanos) y cerró su discurso con un «China mantendrá las puertas abiertas a la inversión, no las cerraremos. Esperemos que también lo hagan los demás”, en clara alusión a Trump. En los próximos ocho años, China importará productos y servicios por ocho billones de dólares, aprobará proyectos de inversión extranjera por 650.000 millones e invertirá 750.000 millones en el exterior. Además, 700 millones de turistas chinos viajarán al extranjero.

Quién hubiera dicho hace cinco años que China tendría semejante discurso aperturista y capitalista. Quién hubiera pensado que EEUU tendría un discurso tan proteccionista y con cierto tufo comunista.

Thomas Friedman publicó en 2005 El mundo es plano, profetizando -con gran tino- muchas de las cosas que estaban por venir: un mundo aplanado y globalizado con el conocimiento del planeta conectado en una red global, augurando una era de prosperidad e innovación. Basó sus argumentos en: a) una creciente e intensa deslocalización de servicios de multinacionales de los más diversos sectores, b) un conocimiento más universal (educación y conocimiento son hoy en día más asequibles para más gente) y c) la conectividad gracias a las tecnologías de la información y comunicación como poderosa fuerza unificadora. Basta con encontar un lugar con una masa crítica suficiente de personas formadas, para que la digitalización, la economía de escala y la cadena de valor sean deslocalizadas convenientemente a ese punto geográfico, porque capital y trabajo pueden ser ya gestionados eficientemente en cualquier sitio.

Pankaj Ghemawat,  profesor de Harvard Business School y ahora de IESE Business School, publicó en 2011 Mundo 3.0 donde cuestionaba que la tierra fuera «plana» como sugería Friedman. Ghemawat se decanta por «semi-globalización» como término más apropiado para definir el estado real de las economías mundiales en cuanto a su interconexión. Su charla Ted se titula precisamente «Actually, the world isn´t flat«(De hecho, el mundo  no es plano). Admite que las personas y las ideas traspasan fronteras a niveles nunca vistos, que los datos son una herramienta que deslocaliza y aplana el mundo, pero que el mundo no está tan hiperconectado como se nos vende. Ghemawat investigó datos  tan dispares como los referentes a comunicaciones telefónicas, el porcentaje de compra-venta de productos o inversiones asociadas a investigación país a país. Sus resultados mostraban que los porcentajes de «localidad» en todos los parámetros mencionados son abrumadoramente aplastantes. Al final, el 90% de comunicaciones de datos de un país son locales, así como el dinero que se destina en inversión (no vienen de fuera a ponerlo), por no hablar de los productos que se compran o venden. En realidad, el libro de Ghemawat está más destinado a orientar a toda compañía que quiere convertirse en multinacional para evitar caer en el error de «despreciar» la realidad: que la «localidad» -la tierra redonda, no plana- es aún demasiado acusada para hacer negocios.

En realidad ambos, Friedman y Ghemawat, tienen razón. Hoy en día tendencias y gustos de consumidores están globalizados, pero no se puede hacer negocios sin tener en cuenta la localidad de los mercados. Jóvenes de los lugares más dispares de la tierra pueden vestir idénticamente, escuchar el mismo tipo de música y divertirse de manera parecida, por no mencionar la conectividad que les brindan las redes sociales. La educación es más accesible y se viaja con más facilidad. Pero desde el punto de vista económico el capitalismo empuja a los países a buscar un equilibro entre dos fuerzas antagónicas: intentar atraer inversion extranjera que genere riqueza y puestos de trabajo a la vez que se busca protección al mercado y consumo interior, poniendo trabas fiscales y sobre el capital de trabajo. Las economías buscan el crecimiento permanente, una lucha constante por conseguir una balanza comercial positiva -exportar más que importar- porque los superávits de balanza te permiten tener más dinero para gastar y a la vez estar menos endeudado. Se lucha a la vez por aplanar la tierra y por mantenerla redonda.

Los países emergentes – un eufemismo para decir «pobres en vías de desarrollo»- se nutren de la deslocalizaciones que las multinacionales de países desarrollados implantan en sus geografías. Economías fronterizas son las más beneficiadas, como el caso de México con EEUU. Casi todas las grandes empresas textiles, tecnológicas o energéticas de EEUU producen fuera para abaratar costes, aunque ya no con la misma desenvoltura que antes desde el punto de vista de explotación del capital de trabajo. Los consumidores del mundo desarrollado son cada vez más sensibles a las condiciones laborales,  los daños medioambientales y la opresión gubernamental, por lo que la conectividad global hace que se puedan boicotear productos con una sorprendente agilidad, se puede decir que el comportamiento del consumidor global puede cambiar drásticamente realidades económicas. Myanmar -antigua Birmania- acoge muchas factorías de empresas americanas. En 2001, por ejemplo, una serie de boicots de los consumidores en protesta contra el régimen autoritario de Myanmar produjo la retirada de muchas de las factorías vinculadas a la industria textil, desplomando las exportaciones de Myanmar y lastrando penosamente su PIB. En 2010,  un  nuevo régimen más tolerante con los derechos humanos, permitió a muchas compañías volver a Birmania para fabricar a bajo coste sin temor a represalias de los consumidores, lo que se ha traducido en un considerable crecimiento de sus exportaciones y de su PIB.

Cuando Donald Trump dice «compra americano y contrata americano» debería inquietar a los propios americanos, al resto del mundo ya nos inquieta. Si la ingente cantidad de productos  que los americanos venden al mundo comienzan a fabricarse a costes sustancialmente más elevados, es ilógico pensar que se seguirán vendiendo al mismo precio manteniendo beneficios. Por otra parte, también es impensable creer que el resto del planeta no empleará medidas similares a los americanos para proteger sus productos, por lo que las restricciones al libre comercio pueden desencadenar una nueva crisis a nivel  mundial.

Si al final Trump da rienda suelta a todo lo que su discurso- y su cuenta de Twitter- anuncian, el mundo tendrá que girar la cabeza hacia China si queremos evitar que la tierra se vuelva de nuevo redonda. Ahora que ya habíamos asimilado la comida basura como nueva dieta mediterránea y  Hallowen como fiesta propia, acostumbrarse al calendario chino, su concepción del trabajo y sus fiestas da pereza, aunque genera menos miedo que el embrollo en el que puede meter al planeta este individuo.

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