Las trampas de la moralidad

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

Las últimas semanas de 2016 acumulan noticias relacionadas con las prácticas de corrupción que envuelven el negocio del fútbol. Traspasos, comisiones, fichajes y derechos de imagen lucran con cifras astronómicas a futbolistas, representantes e intermediarios, pero se han creado complejas tramas fiscales para evadir cientos de millones en impuestos. Me resulta de lo más chocante la condescendencia con la que fans acérrimos disculpan de antemano la -presunta- evasión fiscal de las grandes estrellas, por miedo a que una condena a prisión los prive de jugar en sus equipos del alma. Si en algunos aficionados se aprecia cierta relajación moral al juzgar las prácticas corruptas, en los futbolistas señalados podríamos apreciar dos «trampas» a la moralidad de sus acciones: la de no cumplir una regla establecida para todo el mundo -pagar impuestos- y la de olvidar que, en muchos de esos casos, proceden de entornos de pobreza borrando de su memoria cualquier poso de recuerdo. Por otro lado, en España, una noticia relacionada con un padre que ha exagerado la enfermedad rara que padece su hija – tridiostrofia- ha levantado una ola de indignación. Se ha destapado que el padre ha usado el dinero para llevar un altísimo nivel de vida y no tanto para paliar el costo de los cuidados de su hija ¿Qué lleva a un hombre a perder la perspectiva de esa manera, a caer tan bajo moralmente? ¿Qué hace, en ambas noticias, que moralmente minimicemos convenientemente lo que está mal?

Hemos creado una sociedad tan compleja de administrar que necesitamos jerarquizar y organizar todas las tareas de nuestra vida cotidiana y cómo debemos interaccionar con los demás. Desde el lugar en el que vives, la empresa para la que trabajas, la familia en la que estás integrado y tu círculo de amistades, todo tiene establecido una serie de normas y códigos a los que ceñirse para el buen funcionamiento y entendimiento. Aunque tenemos regulado  casi todo lo que se nos pueda ocurrir en relación a lo que está bien y lo que está mal, es la manera de ejercer la moral -la acción de cada uno con respecto a lo que se entiende por lo que está bien y lo que está mal- la que nos sirve para pervertir el orden establecido de las cosas de manera subjetiva, ya sea de manera individual o colectiva. Me valgo de un ejemplo para ilustrar una reflexión edificante al respecto. Lo encuentro en el libro de Boris Cyrulnik titulado (Super)héroes: La esposa del señor Heinz padece un extraño cáncer. Un farmaceútico acaba de descubrir el medicamento que cura ese cáncer, pero le pide 20.000 euros. El señor Heinz, que es pobre, consigue recaudar 10.000. El farmaceútico se niega, diciendo que sus gastos para producirlo son superiores a esta suma, lo cual es cierto. Entonces, una noche, el señor Heinz rompe la puerta de la farmacia y roba el medicamento. El farmaceútico ha respetado la ley, el señor Heinz es un ladrón. ¿Cómo juzgar ese acto? Algunos pensarán que el farmaceútico, benefactor de la humanidad con su descubrimiento, es expoliado por el robo del señor Heinz. Una moral convencional se instalaría en la posición «la ley es la ley». Otros pensarán que el señor Heinz se ha rebelado sobre el estatus porque salvar a su mujer, la vida de una persona, está por encima de la ley. Y si el señor Heinz hubiera robado la medicina para curar a su perro, su robo sí sería inmoral para este grupo que se posiciona a priori a su favor? ¿O sólo sería inmoral para los que no aman a los animales o los colocan en un segundo plano?

El fabricante de coches alemán Volkswagen estafó a miles de compradores al venderles coches con unos parámetros de contaminación mayores a los certificados, además de mentir al resto del planeta emitiendo gases nocivos en mayor cantidad que la que declaraban. Parece claro que, independientemente de que se saltaron las reglas y los cazaron, es moralmente reprochable que los ejecutivos de  Volkswagen aprobaran mentir para lucrar su negocio. Ahora bien, si el destape de este caso provoca miles de despidos en sus fábricas ¿Lo considerarán de la misma manera las familias de los trabajadores afectadas?, ¿minimizarán el asunto? Quizás ellos piensan que el problema de contaminación del mundo no es el exceso de miligramos que los coches de la marca Volkswagen expulsan a la atmósfera, que en definitiva privar a familias enteras de ingresos es moralmente peor que incumplir una regla de emisiones.

Como especie no podemos vivir sin reglas, porque incluso con ellas no es fácil encontrar un equilibrio adecuado de convivencia, pero resulta curioso la manera subjetiva en la que pervertimos intencionadamente la moralidad de las cosas cuando nos afectan de primera mano. A veces nos resulta irritante la diferencia de ideas, la escala de valores, por eso nos gusta agruparnos en torno a los que las perciben de manera similar a nosotros sin prejuicio de que los integrantes de ese grupo las cuestionen a su antojo según nos convenga en un determinado momento o circunstancia. Para ti, ¿cuando es moralmente aceptable meter la mano en la caja?, o una infidelidad a la pareja, una mentirijilla a un amigo  o una acción desleal a un compañero de trabajo para posicionarse mejor en un ascenso. Dice el economista del comportamiento Dan Ariely que las personas asociamos la moralidad al grado de engaño con el que somos capaces de sentirnos cómodos. Cualquier persona con sentido común y nobleza de espíritu sabe que asesinar a otras personas es moralmente deleznable, pero entonces ¿por qué nos revelamos si un atentado mata a personas en Occidente, pero miramos para otro lado si es en Irak o Siria? La guerra es sin duda el ejemplo más claro de este contrasentido, matas para que no te maten. Es el escenario que mejor ilustra el continuo pensamiento perverso en el que hemos instalado nuestra moralidad, ¿acaso no visualizamos montones de horas de televisión que proyectan películas donde justificamos la violencia del protagonista de turno, sea cuál sea la causa que abandera?

Habitamos un mundo plagado de reglas establecidas pero que pueden ser saltadas y moralmente aceptadas, sólo es necesario excusarlas con una conveniente retórica. No tenemos más que ordenar convenientemente nuestro discurso para justificar la acción y sumar adeptos, nos hemos convertido en unos maestros haciéndonos «trampas al solitario» cuando nos conviene.

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