Liderar o gestionar

In Booktelera by Jose PeinadoLeave a Comment

No paran de lloverle todo tipo de descalificativos a la figura de Donald Trump. Muchos de sus críticos lo tildan de ser un mero empresario sin idea de gestión política y los más acérrimos incluso cuestionan su capacidad de gestión empresarial. Partidarios y detractores cargan de eufemismos sus argumentos a la hora de criticarlo o alabarlo y la incógnita dominante gira en torno a las preguntas ¿Es o no es un buen gestor? ¿Es o no es un líder? La línea que distingue los conceptos líder y gestor es muy difusa en el imaginario popular, no es fácil determinar en ocasiones cuando se ejerce de uno u otro.

A Donald Trump se le puede describir -atendiendo a su campaña electoral- como un demagogo que personifica muchos de los valores opuestos a los del país que presidirá. Durante décadas EEUU ha proyectado su famoso «sueño americano» en relación al modelo de bienestar, se ha vendido como la tierra donde todo se puede conseguir si uno se lo propone, algo que ha ejemplificado Trump alcanzando la presidencia. Se dice que Trump ha sabido gestionar con eficacia su campaña electoral, algo difícil de rebatir visto el resultado. Yo me atrevería a matizar: sin duda su equipo de gestores así lo ha hecho, porque lo que se ha revelado es que Trump ha ejecutado un liderazgo efectivo. ¿Donad Trump un líder? Para aquellos que revisen los valores que se presuponen al liderazgo emocional moderno, esta afirmación es imposible a tenor de muchos de los gestos y acciones que ha protagonizado Trump.

Daniel Goleman (Focus, Inteligencia emocional) escribía un artículo -año 2000- en Harvard Business Review sobre la efectividad del liderazgo. Empezaba preguntándose sobre la respuesta que solía dar la gente de negocios a la cuestión ¿qué hacen los líderes efectivos?. La batería de respuestas que recopiló era variopinta y muchas eran estereotipadas,  pero siguen estando vigentes: definen estrategias, motivan , crean misiones, construyen cultura de equipo… podríamos rellenar un par de páginas con todo tipo de cualidades positivas atribuibles a un líder efectivo, algunos de los cuáles – por polémico que resulte admitirlo- podrían adornar la chaqueta de Trump viendo cómo ha trazado su candidatura y elección.
Lo primero es saber distinguir entre liderazgo y gestión, lo que los anglosajones denominan leadership and management. El management es para Jon Kotter -una de las figuras más relevantes del campo- copiar con complejidad, poner orden y previsibilidad a una determinada situación. Atendiendo a esa definición tendríamos que el gestor presupuesta y planifica mientras que el líder fija la dirección de ambos. Así el gestor fija organización y establece jerarquías mientras el líder alinea a las personas. El gestor establece controles y resuelve problemas, el líder motiva. Se puede ser un buen gestor sin capacidad para liderar o se puede ser un buen líder y un gestor deficiente. El escenario ideal se alcanza cuando se es capaz de brillar en ambos.

No hay un patrón de liderazgo único,pero a la hora de ejercerlo la gente notable presenta siempre un talento diferenciador y superior que hace que triunfen en el campo en el que destacan. El talento y carisma se tienen o no se tienen, no se pueden aprender. El carisma parte de una profunda convicción de que uno es especial, tan especial que no tiene ninguna necesidad de contárselo a nadie porque no existe ninguna duda de ello: todo el mundo lo ve y lo reconoce. Sin embargo, la presunción más perniciosa que existe sobre el liderazgo -verdad a medias- es que este es una mezcla de carisma y vision, se tiene o no se tiene. Cierto es que la capacidad de liderazgo se lleva dentro,hay casos en los que parecería innata, pero es bueno saber que se puede adquirir y perfeccionar. Afortunadamente la perseverancia es un gran sustituto del talento y existen herramientas para que un buen gestor se pueda convertir en un líder, aunque el talento o el carisma no sean las mejores de tus credenciales, algo que parece ser el caso de Trump ¿Cómo es que Trump se ha convertido en un líder, a pesar de sus exabruptos, su reveladora  ignorancia en muchos temas y todo tipo de prejuicios fruto de una alarmante incultura? ¿Por qué?

No soy, ni mucho menos, un experto en liderazgo, pero considero que hay cinco claves que destacan en una persona que lidera. El líder crea un propósito, transmite bien el mensaje, lidera emocionalmente a sus seguidores, construye equipo y genera cultura de legado ¿Cumple con ellas el señor Trump? Así parece ser con las cuatro primeras.

Las personas nos solemos agrupar bajo causas que nos inspiran y motivan, causas lo suficientemente irresistibles para que nos organicemos en torno a ellas y por las que sacrifiquemos cosas con tal de conseguirlas. Unas veces lo hacemos en el trabajo y otras agrupándonos en tribus en base a una serie de gustos o motivaciones personales, pero siempre hay un propósito detrás. Es el por qué lo que nos moviliza. Ahora bien, el propósito en sí mismo puede no bastar. Siempre se necesita de un líder que consiga que el por qué conecte con las personas.  Decía Simon Sinek en una charla TED que los gestores son «los que conducen» una vez marcado el propósito. El gestor tiene poder y lo seguimos porque estamos obligados por jerarquía. Al líder se le sigue voluntariamente porque nos inspira. No importa lo que venda, nosotros se lo compramos.

Los puntos 1, 2 y 3 los ha clavado el señor Trump. Por más que su discurso resulte a muchos discriminatorio, amenazante, peligroso, soez, vulgar y populista ha conseguido alinear detrás de su por qué -acabar con el actual establishment y devolver al país su supuesta perdida de adn- a una cantidad de seguidores impensable hace unos meses y, que duda cabe que lidera emocionalmente, porque ha sabido qué fibras de qué sector de población tenía que tocar. El 4 también se lo concedo. Se construye equipo entre otras cosas transmitiendo confianza y motivando. El exceso de ego es uno de los principales enemigos para transmitir confianza, pero curiosamente este atributo para nada indisimulado de Trump, no ha minado sorprendentemente su capacidad de transmitir confianza a sus seguidores. Por otro lado, otra de las características que cuelgan de los que lideran la parte emocional es la capacidad de motivar a sus seguidores, porque los lideres motivados buscan la forma de conseguir objetivos que superen las expectativas, las suyas y las de los demás. Los lideres potenciales se sienten motivados por un profundo deseo de conseguir algo por el mero hecho de conseguirlo. Trump vuelve a ejemplificarlo teniendo en cuenta que ya era un hombre poderosamente rico. A este respecto me acuerdo de la película El Padrino cuando Michael Corleone decía aquello de «el poder solo agota a quien no lo tiene».

Quedaría el quinto punto, el de crear legado. Aunque habría que dar el beneficio de la duda a cómo ejercerá el liderazgo Trump en el futuro y a cómo su gabinete gestionará sus desvaríos, si confío que no cumpla el 5, el de crear una cultura de legado. No hay nada más motivador que llegar a una organización en la que se quiere emular el trabajo de los que antes estuvieron, con el anhelo de aportar la impronta propia. Cuando un líder consigue implementar ese espíritu entre sus seguidores quiere decir que han funcionado correctamente muchos otros factores previamente. Crucemos los dedos.

Donald Trump ha ejercicio de auténtico líder, lo que nos queda es comprobar si su liderazgo se difumina como un mero espejismo de un populismo caduco con pies de barro, por más que se rodee de gestores eficientes. Decía Fernando Savater en un artículo publicado en el periódico El País, «es inútil empeñarse en regañar a la gente por sus preferencias (todos son “gente”, los que piensan como nosotros y los demás), mejor es perseverar en educarla para argumentar y comprender en lugar de aclamar» …»no somos dueños de las instituciones, debemos compartirlas con otros que no piensan como nosotros». Nos guste o no, su democrática elección nos obliga a esperar para comprobar si sus gestores llevan a cabo las astracanadas de su líder.

Me fijo en la mitología griega y espero que Trump se parezca al mítico guerrero Aquiles. En esta comparativa que hacemos, podríamos considerar que Aquiles equivale a un buen gestor. Un poderoso guerrero a la sombra del cual muchos querrían ir a la batalla sabiendo que el trabajo saldrá bien, aparentemente invulnerable, pero que se hizo posteriormente más famoso por su punto débil, el talón, que por sus músculos, bravura o liderazgo. Seria mejor que no se pareciera a Ulises, un autentico líder, que convenció a sus guerreros de que si querían volver a casa, el propósito de todos, no había mejor manera que formar equipo a sus órdenes, porque ni el mismísimo Poseidón lo podría impedir. Y no lo dudaron.

 

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