Un reciente estudio científico sirve de pretexto a Benedit Carey, de New York Times, para redactar este peculiar artículo con aroma a charla motivadora. Más allá del poso a esloganes del tipo «sí quieres, puedes«, «nunca es tarde«, o «el que la sigue, la consigue«, el texto resulta reconfortante porque un análisis de big data nos dice, siempre de acuerdo a las conclusiones del estudio, que nuestro minuto de gloria puede llegar en cualquier momento si se está trabajando para ello, aunque creamos que ya somos viejos para ello.
A continuación el artículo traducido con anotaciones:
La pregunta se cierne sobre la carrera de muchas almas ambiciosas: ¿hay tiempo todavía para destacar?
Charles Darwin tenía veintinueve años cuando se le ocurrió la teoría de la selección natural. Einstein tuvo su annus mirabilis a los veintiseis años, Marie Curie hizo grandes descubrimientos sobre la radiación en sus últimos veinte años, Mozart compuso la Sinfonía No.1 en Mi Bemol a los ocho años. Durante años los científicos que estudian los logros en diversos campos han notado que la obra (o éxito) más destacable llega en épocas tempranas de la vida. Después de todo, los jóvenes pueden dedicar su vida a un proyecto de una manera que no es posible para gente entrada en años y además, los jóvenes, atraen apoyo, mentores y citas de prestigio.
El equipo de investigación comenzó centrándose en los Físicos de carrera. Se chequeó la literatura relacionada (publicaciones técnicas principalmente) desde 1893, identificando a 2.856 físicos con trayectorias de veinte años o más que publicaron por lo menos un estudio cada cinco años – hallazgos ampliamente citados y calificados como documentos de «impacto» – y el equipo analizó cuando surgieron en esa trayectoria los destacados. Efectivamente, los Físicos eran más propensos a producir «hits» (éxitos) antes que tarde, pero sin embargo, el hallazgo determina que no tenían nada que ver con su edad. Se debían enteramente a la productividad: los científicos jóvenes intentaron más experimientos, con lo que la probabilidad de tropezar con algo bueno era mayor. «No es la edad lo que importa al ordenar las publicaciones (exitosas)» concluyen Dashun Wang, Pierre Deville y Chaoming Song, integrantes junto a Barabasi y Sinatra del estudio de Noertheastern. Es decir, manteniendo la productividad igual, los científicos tenían la misma probabilidad de anotarse un tanto a los cincuenta como a los veinticinco. La distribución sí es cosa del azar. Elegir el proyecto adecuado en el momento oportuno fue una cuestión de suerte.
Sin embargo, convertir esa elección fortuita en una contribución influyente y ampliamente reconocidad, dependía de otro elemento, lo que uno de los investigadores determinó denominar factor Q. Q podría traducirse vagamente como «habilidad» y muy probablemente incluya una amplia variedad de factores, como I.Q, motivación, apertura a nuevas ideas, capacidad de trabajar bien con otros, o simplemente la capacidad de aprovechar al máximo el trabajo, de encontrar algo de relevancia en un experimento rudimentario y hacer brillar una idea. «Este factor Q es tan interesante porque potencialmente incluye las habilidades que la gente tiene pero no puede reconocer como centrales«, dice Zach Hambrick, profesor de psicología en la Universidad Estatal de Michigan. «Escritura clara«, por ejemplo. «Tomemos el campo de la psicología matemática. Puedo publicar un hallazgo interesante, pero si el papel es ilegible, como muchos lo son, no puedo tener un impacto amplio porque nadie entiende de lo que estoy hablando». Lo sorprendente de este factor Q, según los investigadores, es que se mantiene constante en el tiempo. Contrariamente a la suposición común, la experiencia no aumenta significativamente la capacidad de una persona para sacar el máximo provecho de un proyecto dado. «Resulta chocante pensarlo» confiesa el Dr. Barabasi. «Encontramos que estos tres factores -Q, productividad y suerte- son independientes entre sí«.
Los investigadores recopilaron datos de trayectorias profesionales de otros campos científicos y encontraron que las mismas relaciones se mantenían. El estudio concluyó que las publicaciones exitosas eran un producto de Q, las fortalezas particulares de la persona, y la suerte: es decir, encontrar un proyecto importante que se convierte en vital al juntar precisamente esos factores. Así puede ser que la gente altamente productiva nunca juegue sus cartas, o los poseedores de un Q alto puede tener una sensación de carrera frustrada. «La composición de esta calidad Q, cualquiera que sea su denominación, es probable que varíe en diferentes campos«, dijo el Dr. Simonton. «Es por eso que se puede ver a las personas que tienen mucho éxito en un campo cambiar de carrera y no hacerlo tan bien«. Un factor importante a menudo aumenta con la edad, en muchos sentidos: el estatus, y con él la libertad de asumir riesgos, dice Frank Sulloway, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley.